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Una nueva toma de la Bastilla

Joseba Acha

 

Louis Blanc escribía en 1839: «Es preciso elegir entre el principio electivo y el principio hereditario. Es preciso que la autoridad se legitime mediante la voluntad de todos, libremente expresada, o mediante la supuesta voluntad de Dios. ¡El pueblo o el Papa! ¡Elegid!».

Se eligió el principio electivo.

Pero este principio de la democracia presenta un problema de base. La voluntad del pueblo es en realidad la voluntad de la mayoría, se equipara la parte con el todo. La expresión de la mayoría en el momento de la elección se convirte en el gobierno de todos durante una legislatura.

Por eso hay que buscar fórmulas que completen esta herramienta. Se establece un régimen de garantías que asegure el gobierno para todos y cada uno; se crea un aparato burocrático que avale la búsqueda del bien común por encima de intereses partidistas; y se buscan cauces adicionales de conexión entre el pueblo y su gobierno.

En este sentido Charles de Rémusat escribe De la liberté de la presse en 1819: «En nuestros grandes imperios modernos, con sus grandes poblaciones, los ciudadanos sólo pueden comunicarse entre sí a través de la prensa, y tomar nota de su opinión: únicamente mediante ella, la autoridad puede recibir de ellos y devolverles la luz, y ese intercambio es necesario para que los ciudadanos y la autoridad marchen por los mismos caminos».

Efectivamente la prensa se convierte en un cauce para que la información pueda fluir desde el poder a toda la población,  y también recoger su opinión y hacerla llegar al gobierno. De este modo se convierte en regulador de la acción política centralizada ofreciendo por un lado legitimación y por otro observación.

Pero cuando se desarrollan las industrias culturales y los medios de comunicación de masas aparecen, este papel se desvirtúa, puesto que la prensa ya no es reflejo de la opinión pública sino que aspira a crearla y moldearla. Los discursos que se ofrecen se homogeneizan, y mientras la tecnología va adquiriendo complejidad, los análisis van simplificándose.

Hoy las herramientas digitales ofrecen la posibilidad a la ciudadanía de retomar aquel cuarto poder.

Las nuevas velocidades de transmisión de la información, la capacidad de compartir esa información entre iguales, la posibilidad de generar nuevos contenidos, nos invitan a leer las líneas de Rémusat con otros ojos. La complejidad de la tecnología y las redes de comunicación han ofrecido una nueva estructura simple de participación social en la cosa pública.

Individuos sin relación previa pueden compartir información, generar opinión y realizar propuestas o exigencias. La nueva visibilidad que adquiere el discurso de un ciudadano ante sus iguales hace que pequeños grupos minoritarios se conviertan en nuevas mayorías cuando se conectan en red.

La opinión pública vuelve a ser cosa de todos. La apropiación ciudadana del ámbito digital como espacio de desarrollo de lo público es una necesidad de la nueva situación tecnológica y social.

Los poderes públicos pueden, deben, abrirse a estos nuevos cauces de comunicación. La estructura generada en los últimos dos siglos se ha sofisticado muchísimo a medida que pretendía manejar cada vez más datos relativos a cada vez más población. De repente las herramientas para gestionar todos esos datos y transformarlos en información útil al bien común se han simplificado, permitiendo una simplificación de la estructura burocrática, una mayor participación ciudadana en la gestión y una supervisión directa de la administración de lo público.

Por otra parte la cantidad de contenidos generados por la gente aporta información valiosa a los poderes públicos. No sólo ofrece una mayor cantidad de datos estadísticos, también aporta la visión directa del ciudadano, su perspectiva de los problemas a resolver, ofrece un rastreo constante sobre todas las eventualidades que surgen. El gobierno tiene a su disposición el conocimiento colectivo, ¿puede permitirse no utilizarlo?

Hoy en día la participación política de los ciudadanos no está en peligro. Se ha difuminado, ha cambiado su relación con el poder, se ha desinstitucionalizado. Es responsabilidad de todos fomentar estos nuevos modos de hacer política, de conseguir que los ciudadanos y su gobierno marchen por los mismos caminos o de tomar la Bastilla.

 

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